Cada vez que ocurre un presunto caso de acoso escolar surge con fuerza un debate que, según mi punto de vista, suele quedar cojo. A pesar de la importancia que tiene identificar y abordar de forma adecuada este problema en los centros educativos, me gustaría poner el foco en otro factor que en ocasiones va de la mano: la comunicación.

También podría decir la falta de comunicación aunque, como repetimos constantemente los que nos dedicamos a esto, “es imposible no comunicar”.

Podríamos poner el foco en otro lado, ya que hoy en día pocos dudan del origen multicausal de muchos síntomas o problemas que padecemos (como el que nos ocupa), pero centrémonos en la comunicación, démosle la importancia que se merece.

Vamos a imaginar que un niño sufre una situación incómoda en clase (falta de integración, aislamiento, burlas…). Vamos a alargar esta situación en el tiempo, de forma que de ser un hecho puntual, pasa a convertirse en una dinámica habitual, que acaba asignando a nuestro protagonista un desagradable rol en el aula.

Ahora, sigamos imaginando que el centro escolar de nuestro héroe no detecta esta situación, o mira para otro lado *.

Pensemos en un centro escolar que no detecta esta situación en el aula, pero que tampoco lo advierte o actúa en el patio, al comprobar que hay un alumno que suele pasar en soledad los recreos o que se relaciona de forma complicada con sus compañeros.

Ahora pensemos en una familia normalizada, que quiere a su hijo y se preocupa por él. Perciben algún síntoma inespecífico, pero no acaban de identificar el problema pues, aunque intuyen que el menor no está contento en clase, no son conscientes de la magnitud del problema y, al fin y al cabo, ¿quien no ha pasado una mala racha en el cole?

Ahora pondremos el foco donde quería llegar realmente: el propio niño. No habla, no pide ayuda, desde bien pequeño fue un niño poco dado a expresar sus emociones negativas, pedir ayuda o decir NO. “Él es así, un libro cerrado desde siempre” comentan sus padres.

Si bien es cierto que cada uno nacemos con determinados rasgos de personalidad que nos llevan a tener más o menos facilidad para expresarnos y ser asertivos (entre otros rasgos de personalidad), el entorno de ese bebé tiene mucho que hacer al respecto desde el primer momento, ya que estas son habilidades que se entrenan. Y qué mejor entorno para esto que su familia, su principal fuente de amor, protección e inspiración.

Que nuestros hijos tengan conflictos, dificultades, malas rachas, es normal. En casa y fuera de casa. El mejor entrenamiento que pueden recibir para afrontar estas situaciones que atravesarán en el futuro es en su entorno mas cercano y protector: su familia. La tolerancia a la frustración (límites), la canalización correcta de sus emociones negativas, la rutina de una comunicación fluida y positiva, determinados valores.

Los celos entre hermanos, los conflictos domésticos que surgen, las pataletas descontroladas…son oportunidades para trabajar estas cosas con ellos. Cada crisis es una oportunidad.

Cualquier padre o madre se sentiría más tranquilo si sus hijos fueran capaces de pedir ayuda y transmitir de forma sana sus emociones (positivas y negativas). Entonces no les preocuparían tanto las dificultades que van a enfrentar, ya que estarían construidas las “autopistas” de la comunicación y podrían pedir ayuda en caso necesario.

Hay que tener en cuenta que nuestros pequeños crecen rápido y pronto serán adolescentes, ese momento en el que puede sernos muy útil haber construido una rutina de comunicación fluida, ya que es una etapa tan bonita como complicada (sobre todo en lo que a la comunicación padres-hij@s se refiere).

Como decía al principio del artículo, por poner el foco en uno solo de los elementos implicados.

 

*Un germen de acoso escolar o dificultad en la integración de un alumno en un centro educativo es una gran oportunidad para trabajar en el aula la cohesión del grupo, la solidaridad, cooperación, tolerancia, amistad y otros valores que deberían, al menos, estar a la misma altura que el rendimiento escolar.